martes, 7 de diciembre de 2010

Rapa Nui, de la alegría al horror

Cuando conocí a los primeros hermanos/as Rapa Nui quedé con la sensación de estar frente a un pueblo alegre y festivo. Fue en los 90', en el marco de encuentro de universitarios indígenas en Santiago, la capital del “Reyno” de Chile. Allí, mientras los delegados mapuches, serios y solemnes, debatíamos sobre las implicancias del colonialismo chileno en la educación superior, ellos, absolutamente a contracorriente, optaban por guitarrear canciones polinésicas y bailar semidesnudos en un patio cercano. Y lo hacían a un volumen tal que la molestia no tardó en manifestarse en varios de los presentes. Por mi parte, los observé entre maravillado y envidioso. Mientras nosotros, en español, criticábamos el colonialismo del Estado chileno, ellos, cantando y bromeando como niños en su lengua, nos daban una verdadera lección de resistencia cultural. Hechos y no palabras, acciones y no discursos, parecían decirnos sin decirlo aquella memorable jornada.

No cabía duda. Ese grupo de Rapa Nui, entre los que estaba el popular Hotu Iti, hoy rostro de televisión y quien por entonces participaba activamente del movimiento estudiantil, era muy diferente al resto de nosotros. Disfrutaban la vida de la misma forma como decían añorar su lejana isla. Lo suyo, nos contaban, no era la vida de ciudad, no al menos la de Santiago, sino el contacto con el mar, las cabalgatas por la playa, las fogatas a medianoche, los deportes náuticos, hacerse hombres desafiando las olas del Pacífico y conquistar turistas –de preferencia europeas, reconocían- con leyendas del Manu Tara. ¿En qué momento los mapuches nos pusimos tan serios y graves? ¿En que momento extraviamos la chispa, la alegría, la fiesta de ser quienes somos? ¿Algo tendría que ver nuestra larga historia de maltratos y despojos sufridos como pueblo? Claro, razonaba en ese entonces, a miles de kilómetros del continente, en medio de la Polinesia y lejos, lo más lejos posible de las garras de Carabineros y su brutalidad, ¿qué otra cosa podías hacer sino cantar, bailar y ser feliz?

No dejo de recordar todo esto al ver las terribles imágenes de represión que nos llegan desde la isla. Jóvenes, ancianos, mujeres y niños agredidos brutalmente, baleados con perdigones simplemente por decir basta y reclamar lo que siempre ha sido suyo. No puedo sino pensar en cómo un gobierno en teoría democrático se entregó con tal ahínco a la lógica ochentera -y golpista- del “enemigo interno”. ¿Qué hay detrás de tal arrebato de violencia institucional?: Simplemente el resguardo de la propiedad. Pero no de cualquier tipo de propiedad. No al menos la de los clanes Rapa Nui, consignada en diversos tratados históricos pero negada por las autoridades chilenas de ayer y de hoy. No, no era aquella la propiedad que el ministro Hinzpeter y su “nueva derecha” buscaban resguardar enviando a Rapa Nui sus perros de presa. Hablamos más bien de la “propiedad privada”, aquella sagrada figura sobre la cual se asienta el modelo económico chileno, piedra angular de la actual administración de la misma forma como lo fue por 20 años para la Concertación. “Esta política represiva es inaceptable... Ha habido un uso de la fuerza absolutamente desproporcionado”, escuché decir al senador socialista, Juan Pablo Letelier. Claro que es inaceptable, honorable senador. Tanto como aquella que padeció, bajo los gobiernos socialistas de Lagos y Bachelet, nuestra propia gente en los campos del sur.

Un destacado autor liberal nos dice que “el derecho de propiedad deviene del trabajo”. Como cobra relevancia este argumento el día de hoy. El estereotipo de los indígenas como “flojos y borrachos” no se explica sino bajo esta argumentación economicista, la misma que justificó el saqueo de nuestros territorios en el afán de que fueran ocupados por gente “trabajadora”, gente “de progreso”. Es lo que estuvo detrás de la ocupación militar chilena de Wallmapu a fines del siglo XIX. Y, por cierto, lo que llevó a las autoridades, tan solo un par de décadas después, a transformar Rapa Nui en hacienda de ganaderos gringos y a su bella gente en esclavos. O por usar un eufemismo, en “mano de obra barata”. Este argumento, como podrán notar, esconde una gran cuota de racismo solapado. Se nos dice, siempre sin decirnos, que esta gente en su holgazanería no sabe trabajar y mucho menos producir. Es lo que argumentan los dueños de las propiedades recuperadas desde hace semanas por los diversos clanes. Denuncian que sus “bienes” y “tierras” han quedado al arbitrio de sujetos “sin lógica de inversión”. Mucho menos con nociones de “mercados de futuro”, un verdadero desastre para una isla con “ventajas comparativas únicas”, señalan indignados. En definitiva, no son “homos económicus”, sino sucios hippies, vividores del día y meros contempladores de una riqueza que poco y nada les interesaría explotar. ¡Horror!

¿Sabrán aquellos inversionistas lo delicado de mantener el equilibrio natural en una isla tan frágil y pequeña? ¿Conocerán todos sus horizontes, los atardeceres? ¿Qué ven ellos cuando observan los bellísimos moais? ¿Solo roca volcánica virtuosamente tallada? ¿Una oportunidad de negocios? ¿Logran acaso percibir su trasfondo espiritual y cosmovisionario? En Rapa Nui se está viviendo hoy un capítulo más en la histórica lucha de nuestros pueblos. La lucha Rapa Nui es también la lucha mapuche en el sur. ¿Triunfará la avaricia comercial de unos pocos? ¿Serán pisoteados sus derechos y con ello la infinita alegría de su gente? ¿Seguirán siendo ellos, como lo fueron antes sus abuelos, mano de obra barata de hoteles, pubs y agencias extranjeras de turismo? ¿Seguirán sus danzas ceremoniales acompañando el trasnoche de embriagados turistas del primer mundo? ¿Quién ganará finalmente? ¿Un pueblo que recupera dignamente su memoria o los sacrosantos intereses del Mercado? Como mapuches y a la distancia, solo nos vale entregar una palabra de aliento. Queridos hermanos, queridas hermanas, no se dejen derrotar por la pena y el dolor. Luchen por aquello que les pertenece; no hectáreas más o hectáreas menos, ¡luchen por su isla!, ¡reivindiquen al mundo su extraviada soberanía como nación!. Honren, como tratamos de hacerlo nosotros en el “conti”, la memoria de sus ancestros. Pero sobre todo, nunca pierdan su alegría. En ella nos encontraremos, más temprano que tarde, como pueblos y naciones libres.


Por Wladimir Painemal